martes, 13 de diciembre de 2011

Una postal de Villaguay: dos personas discuten sobre el peronismo, en un banco de la plaza 25 de Mayo, una tarde de 1972.

  
Por: Eduardo Iglesias[1]


Yo todavía vivía en Villaguay cuando lo conocí, en algún momento del año 1972. Su apellido era Robles, y le decían “el Canuto”. Es probable que este hombre tuviera alrededor de 60 años por entonces. Yo había cumplido 19, o estaba por cumplirlos.
 “El Canuto” Robles era albañil y comunista. Había estado afiliado a la Federación Obrera Nacional de la Construcción y, como tal, lo había conocido a Rubens Iscaro.[2] Había ido a la escuela, pero hasta que aprendió a leer y escribir. El hombre me dijo que le gustaba hacer las dos cosas, y se notaba que era así.
 Yo, había dejado de estudiar después de repetir el cuarto año,[3] me había dado el gusto de tocar la batería en un “grupo de música beat” (que se llamó “Sexto Sentido”), y me había hecho peronista.[4]
 Quiero decir, me había ocurrido lo que a muchos de mi generación: había sido ganado por la idea que el imperativo del momento era luchar por la “liberación nacional y social”, y que el peronismo estaba históricamente llamado a ser el principal protagonista de esa lucha. Por cierto, pensaba en un “peronismo revolucionario”, conducido por Perón, y en un Perón identificado con la “patria socialista”.
 La única vez que hablé con “el Canuto” fue la tarde que lo conocí. Estuvimos charlando un largo rato, sentados en un banco de la plaza 25 de Mayo. El tema fue el peronismo. No me acuerdo si ya se había producido, o era inminente, el primer retorno de Perón.
 Para “el Canuto”, Perón era “nazi-fascista”, sin vueltas. Tengo bien presente que me dijo: “Uds., los jóvenes peronistas, no saben, o no quieren enterarse, de que Perón siempre ha sido fascista, y que nunca dejará de serlo”.
 Yo, que por entonces leía con unción los libros de Hernández Arregui, Puiggrós, Cooke, Jauretche y Ramos, le respondí que no me extrañaba que me dijera eso, porque los comunistas, al igual que los socialistas, nunca habían entendido a Perón ni al peronismo. Que, por eso, desde el 45 en adelante, ellos habían marchado en una dirección y el “pueblo” en otra. Y que, por eso mismo, él era, según me habían dicho, el único comunista que había en Villaguay (hoy pienso que esto no debí habérselo dicho).
 Todavía me parece escucharlo a “el Canuto” preguntarme: “¿Lo conoce a Ottalagano, o sabe quién es?”. Yo le respondí que había oído hablar de él, pero que no lo conocía (lo que era cierto). Él murmuró: “no lo conoce…”, o algo así, hizo un silencio y, al cabo, me explicó que Ottalagano era un fascista confeso desde antes del nacimiento del peronismo, un nacionalista que creía que perseguir a comunistas y judíos era servir a la patria, en fin: un peronista acostumbrado a portar pistola o cachiporra. También me comentó que Ottalagano tenía amigos en Villaguay, y me nombró dos o tres peronistas “de la primera hora”, que tenían fama de “nazionalistas” (un termino propio del repertorio “jauretcheano”). ¿Los conoce?”, me preguntó. Le contesté que sí, pero que sabía poco y nada de ellos (lo que no era del todo cierto). “Bueno”, me dijo, “acuérdese lo que le digo: si hay elecciones, gana el peronismo, entonces va a saber lo que es bueno…”

El hombre me hizo unas cuantas preguntas y otros tantos comentarios por el estilo, pero yo “no aflojé”: le reproduje, lo mejor que pude, las críticas que mis referentes intelectuales le hacían a la “izquierda cipaya”.

En realidad, ninguno de los dos “aflojó”, y así se nos fue la tarde. Recuerdo que en cierto momento me quedé callado, y entonces, “el Canuto” (que tal vez intuyó que era mi intención despedirme) se puso a recitarme los versos de un largo poema en homenaje a los soldados del Ejército Rojo que combatieron, y vencieron, en la batalla de Berlín (abril/mayo de 1945). Cuando terminó su recitado me aclaró, yo diría que rebosante de orgullo, que se trataba de un poema escrito por él, unos meses después de aquella batalla, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Y que él se lo había recitado, en persona, al “camarada Codovilla”.[5]

Santa Fe, diciembre de 2011.[6]
El bar El Supremo cerró sus puertas el
24 de marzo de  1976
Eduardo Iglesias y Raúl Jaluf en El Supremo




[1] Licenciado en Historia (Universidad Nacional del Litoral), coautor del libro El peronismo antes del peronismo. Memoria e historia en los orígenes del peronismo santafesino (Centro de Publicaciones UNL, Santa Fe, 1997).
[2] La F.O.N.C, fundada en 1936 por gremialistas comunistas, en el termino de cinco años llegó a ser la segunda organización sindical en importancia de la Argentina, y la más importante de las que conformaban el movimiento gremial comunista. Rubens Iscaro fue uno de los máximos dirigentes de la Federación, hasta que, a comienzos del primer gobierno de Perón, la misma fue intervenida y disuelta, y la representación gremial de los obreros de la construcción le fue otorgada a la Unión Obrera de la Construcción Regional Argentina (un sindicato “paralelo” organizado en 1944).
[3] Cursé los niveles primario y secundario en el colegio nacional Martiniano Leguizamón. Cuando cursaba por segunda vez el cuarto año, una profesora, de cuyo nombre ahora prefiero no acordarme, me puso como condición para asistir a sus clases que me cortara el pelo. Entonces, dejé de estudiar.
[4] Si no recuerdo mal, a “el Canuto” me lo presentó mi amigo Raúl “el Turco” Jaluf, quien también me lo presentó a “el Chino” Ruiz, un hombre que, además de albañil (y/o pintor), era peronista. A propósito: fue gracias a “el Turco” que  llegué a conocer lo que conocí del peronismo villaguayense a principios de los años 70.
[5] Vittorio Codovilla era el máximo dirigente del Partido Comunista de la Argentina cuando se produjo el advenimiento del peronismo, y continuó siéndolo hasta 1967.
[6] Escribí una primera versión de este relato en 1975, a poco de haberme venido a vivir a la ciudad de Santa Fe. Aquel texto fue producto de un cierto estado de ánimo, generado por circunstancias propias, así como por las circunstancias políticas angustiantes que estaba viviendo el país. Fue escrito a modo de desahogo, a la ligera (y digo más: empleando casi el doble de los caracteres empleados aquí). Así y todo, si nunca me deshice de él, no fue sólo por mi hábito de conservar casi todo lo que escribo. 

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